De repente le entra a uno la nostalgia. Idealizar los tiempos pasados siempre ha sido inherente a la humanidad y mucho se podría decir pensando en la frase "el pasado era mejor", pero el simple hecho es de que fue. Y que el ahora es. Lo que no hace inevitable que de vez en cuando, a la luz de las soluciones que encontramos a los problemas pasados, añoremos tiempos que nos parecen más simples.
A mi me llegó la nostalgia en estos fríos días de verano, en un momento en el que el futuro es más incierto de lo que me gustaría y en el que el cambio, además de inevitable, se acerca rápidamente y no se puede detener.
Por alguna razón las reminiscencias no llegaron en forma de chapitas ni de programas televisivos que veía mientras hacía la tarea, sino en forma de música y golosinas.
Con los dulces no se puede hacer nada, estoy segura de que llegamos a un punto donde la proporción dulce - sabor fue perfecta y poco a poco ha ido en decadencia. Ya no te puedes comprar un gansito con tu frutsi y bubaloo porque, no solo te cuesta el cuádruple, el sabor es detestable. Quizá sean mis papilas gustativas que aprendieron a distinguir lo que era chocolate de lo que es manteca pintada de café, pero estoy casi segura que tiene que ver con que simplemente las cosas ya no están hechas como antes.
Y aunque no se me considere vieja en ninguna forma, me tocó vivir una época en el que el cambio fue voraz, el mundo de hace unos años es muy distinto al de hoy. Por ejemplo, no te compras tu pack de discos vírgenes para quemar tus canciones favoritas y resguardar tus fotos ¡ya hasta venden USB's con música pirata!
Y ahí viene la segunda parte de mi nostalgia, después de escuchar un podcast recordé que antes la música se disfrutaba así, con cd´s brillantes decorados con plumones negros, 18 canciones a la vez (aproximadamente).
Si he de confesar algo es que no soy una melómana, nunca lo he sido, yo lo achaco a mis padres con alma de administradores y a mi debilidad por los libros, pero sí recuerdo esas épocas en la secundaria donde empezaba a encontrar la música que me gusta, sobre todo canciones pegadizas en japonés e intros de anime, y seleccionaba las canciones ideales para grabarlas y escucharlas de vez en cuando en la grabadora familiar. (También he de admitir que regalé un par de playlist con mucha ilusión y un corazón un poco inocente).
Las cosas ya no son como antes. Ahora con mis amigos ponemos la música en spotify o youtube mientras charlamos y nos reímos a carcajadas, el mundo está a la punta de nuestros dedos. Y curiosamente regresamos a esas épocas de antaño que nos recuerdan algo, cantamos recuerdos que no nos tocó vivir y reescribimos esas canciones viejas con cosas nuevas. Ya sean los años sesentas o los nuevos sencillos, casi siempre hay algo de fondo. Ellos se burlan de mis boy band, yo me burlo de mi mejor amiga y su poco conocimiento de la música actual. Cantamos y bailamos en la casa amarilla que pronto ya no será mía. Cantamos y bailamos de un extremo del mundo a otro. En distancias que a pesar de ser cortas se hacen casi impasables por las ocupaciones de la vida cotidiana. En un mundo que es un poco más sombrío, un poco más efímero.
Pero seguimos cantando y bailando.
En remembranza por las épocas pasadas y esos discos brillantes les hice una playlist a un par de amigos. Mitad spotify, mitad lista en papel, llena de recuerdos y chistes locales. Canciones que son parte de nosotros, que nos recuerdan que a pesar de los cambios la amistad es lo que cuenta, que seguiremos cantando y bailando. Culmino mi lista con un bonus track: Hakuna Matata, porque a veces sin preocuparse es como hay que vivir.
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