Últimamente no he leído demasiado.
Y tal vez para muchos leer más de 10 libros en estos meses ya es lo que leerían en un año, pero para mi no lo es.
Podría poner mil excusas, un chico que me gusta (y es un poco patán), muchas tareas, nuevos amigos, estrés, obligaciones familiares, depresión... y todas ellas son válidas.
Pero se siguen sintiendo como excusas.
En marzo no acabé ni un libro, ni siquiera uno. No me ha pasado desde el 2012. Es difícil no ser dura conmigo misma. Y no es por este blog (que actualizo casi nunca) o por el reto de goodreads, sino es más bien una meta personal que me puse (leer 100 libros al año) que lo logré en los peores momentos, cuando escribía mi tesis...
Fallarse a uno mismo es una de las peores sensaciones. Leer ha sido mi escape. Mi meta. Lo que me hace sentir mejor en los peores momentos, lo que me llena de orgullo, alegría y placer. Es mi entretenimiento favorito, una de las pocas cosas que siempre me regresan esa sensación de amar vivir, que me enseñan otros mundos, por lo que aprendo.
Amo leer. Como casi nada.
Pero a veces es necesario recordarse que hay que quererse a uno mismo, que la cantidad de libros no es lo que me hace a mi ser yo, sino que simplemente soy, no necesito probárselo a nadie. Ni siquiera a mi misma.
Hay momentos difíciles, ni siquiera sé porqué esa apatía con mis viejos amigos los libros, pero sé que mi amor por ellos no se ha ido y que ser gentil con uno mismo es más importante. Tomar un respiro, una siesta en el calor del sol y volver con fuerzas renovadas.
Lo importante no es hacerlo rápido, sino tomarse su tiempo y disfrutar.
De eso es lo que se trata leer.
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